sábado, 9 de enero de 2016

Secuestro Y Desaparición Del Cadáver De Eva Perón

Como se sabe, la “vida” de Evita no terminó con su muerte. No sólo por la notable persistencia de la memoria sino porque su cuerpo embalsamado fue secuestrado en el primer piso de la CGT por un comando de la llamada “Revolución Libertadora”. La decisión se tomó tras arduos debates sobre qué debía hacerse con el cadáver que incluyeron proposiciones premonitorias, como arrojarla al mar desde un avión de la Marina o incinerar el cadáver. Finalmente se decidió que, ante todo, debía sacársela de la CGT para evitar que el edificio de la calle Azopardo se transformara en un lugar de culto y por lo tanto de reunión de sus fervientes partidarios. Como se le escuchó decir al subsecretario de Trabajo del gobierno golpista: “Mi problema no son los obreros. Mi problema es ‘eso’ que está en el segundo piso de la CGT”.


En la noche del 22 de noviembre de 1955, el teniente coronel Carlos Eugenio Moori Koenig –su apellido significa “rey de la ciénaga”–, jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), y su lugarteniente el mayor Eduardo Antonio Arandía ordenaron a los capitanes Lupano, Alemán y Gotten que abandonaran sus puestos de guardia en la CGT sobre la puerta que separaba al cadáver de Eva Perón del mundo exterior. El coronel, el mayor y la patota que los acompañaba traían la orden emanada de las más altas autoridades de la llamada “Revolución Libertadora” de secuestrar el cadáver de la mujer más amada y más odiada –aunque no en las mismas proporciones– de la Argentina. Y así, por aquellas cosas de la “obediencia debida” y del propio odio de clase, cumplieron acabadamente con su misión ante la mirada atónita del doctor Pedro Ara, que veía cómo se llevaban junto con Evita a su obra más perfecta.
Las órdenes dadas por los jefes golpistas, curiosamente denominados “libertadores”, al teniente coronel y su grupo eran muy precisas: había que darle al cuerpo “cristiana sepultura”, lo cual no podía significar otra cosa que un entierro clandestino. Pero el “rey de la ciénaga” no era sólo el jefe de aquel servicio de inteligencia, era un fanático antiperonista que sentía un particular odio por Evita. Ese odio se fue convirtiendo en una necrófila obsesión que lo llevó a desobedecer al propio presidente Aramburu y a someter el cuerpo a insólitos paseos por la ciudad de Buenos Aires en una furgoneta de florería. Intentó depositarlo en una unidad de la Marina y finalmente lo dejó en el altillo de la casa de su compañero y confidente, el mayor Arandía. A pesar del hermetismo de la operación, la resistencia peronista parecía seguir la pista del cadáver y por donde pasaba, a las pocas horas aparecían velas y flores. La paranoia no dejaba dormir al mayor Arandía. Una noche, escuchó ruidos en su casa de la avenida General Paz al 500 y, creyendo que se trataba de un comando peronista que venía a rescatar a su abanderada, tomó su 9 milímetros y vació el cargador sobre un bulto que se movía en la oscuridad: era su mujer embarazada, quien cayó muerta en el acto.

Moori Koenig intentó llevar el cuerpo a su casa; pero su esposa, María, se opuso terminantemente. Así lo recordaba hace unos años junto a su hija, Susana Moori Koenig: “Susana: papá lo iba a traer a nuestra casa, pero mamá se puso celosa. María (interrumpe): Y cuando lo quiso traer, yo dije no, en casa el cadáver no. Todo tiene un límite”.


El hombre tenía una pasión enfermiza por el cadáver. Los testimonios coinciden en afirmar que colocaba el cuerpo –guardado dentro de una caja de madera que originalmente contenía material para radiotransmisiones– en posición vertical en su despacho del SIE; que manoseaba y vejaba el cadáver y que exhibía el cuerpo de Evita a sus amigos como un trofeo. Una de sus desprevenidas visitantes, la futura cineasta María Luisa Bemberg, no pudo creer lo que vio; azorada por el desparpajo de Moori Koenig, corrió espantada a comentarle el hecho al amigo de la familia y jefe de la Casa Militar, el capitán de navío Francisco Manrique.

Enterado Aramburu del asunto, dispuso el relevo de Moori Koenig, su traslado a Comodoro Rivadavia y su reemplazo por el coronel Héctor Cabanillas, quien propuso sacar el cuerpo del país y organizar un “Operativo Traslado”. Allí entró en la historia el futuro presidente de facto y entonces jefe del Regimiento de Granaderos a caballo, teniente coronel Alejandro Lanusse, quien pidió ayuda a su amigo, el capellán Francisco “Paco” Rotger. El plan consistía en trasladar el cuerpo a Italia y enterrarlo en un cementerio de Milán con nombre falso. La clave era la participación de la Compañía de San Pablo, comunidad religiosa de Rotger, que se encargaría de custodiar la tumba. El desafío para Rotger era comprometer la ayuda del superior general de los paulinos, el padre Giovanni Penco, y del propio Papa Pío XII.
Rotger viajó a Italia y finalmente logró su cometido. A su regreso, Cabanillas puso en práctica el Operativo Traslado. Embarcaron el féretro en el buque Conte Biancamano con destino a Génova; acompañaban la misión el oficial Hamilton Díaz y el suboficial Manuel Sorolla. En Génova los esperaba el propio Penco. El cuerpo de Evita fue sacado del país bajo el nombre de “María Maggi de Magistris”.
Evita fue inhumada en el Cementerio Mayor de Milán en presencia de Hamilton Díaz y Sorolla, quien hizo las veces de Carlo Maggi, hermano de la fallecida. Una laica consagrada de la orden de San Pablo, llamada Giuseppina Airoldi, conocida como la “Tía Pina”, fue la encargada de llevarle flores durante los 14 años que el cuerpo permaneció sepultado en Milán. Pina nunca supo que le estaba llevando flores a Eva Perón.
La operación eclesiástico-militar fue un éxito y uno de los secretos de la historia argentina mejor guardados.


El asunto volvió a los primeros planos cuando en 1970 Montoneros secuestró a Pedro Aramburu y exigió el cuerpo de Evita. En los interrogatorios se le preguntó insistentemente por el destino del cadáver de Evita. Según declaraciones de Mario Firmenich: “Nosotros le preguntábamos a Aramburu por el cadáver de Evita. Dijo que estaba en Italia y que la documentación estaba guardada en una caja de seguridad del Banco Nación, y después de dar muchas vueltas y no querer decir las cosas, finalmente dijo que el cadáver de Evita tenía cristiana sepultura y que estaba toda la documentación del caso en manos del coronel Cabanillas, y además se comprometió a que si nosotros lo dejábamos en libertad él haría aparecer el cadáver de Evita. Pero nosotros decíamos que esto no era una negociación, que era un juicio. Para nosotros no estaba en discusión la pena [de muerte]. Pero además nos interesaba averiguar sobre el cadáver de Eva Perón. Por eso, no planificamos un simple atentado callejero, sino una acción de más envergadura, de más audacia, que era como decir: ‘nos vamos a jugar, vamos a hacer lo que el pueblo ha sentenciado’”.
El Comunicado Número 3 de Montoneros, fechado el 31 de mayo de 1970, dice que Aramburu se declaró responsable “de la profanación del lugar donde descansaban los restos de la compañera Evita y la posterior desaparición de los mismos para quitarle al pueblo hasta el último resto material de quien fuera su abanderada”.
En 1971, durante la presidencia de Lanusse y en plena formación del Gran Acuerdo Nacional, como gesto de reconocimiento, devolvió el cuerpo a Perón. Rotger viajó a Milán y obtuvo el cadáver. Cabanillas y Sorolla viajaron a Italia para cumplir con el “Operativo Devolución”. El cuerpo fue exhumado el 1° de septiembre de 1971, llevado a España y entregado a Perón en Puerta de Hierro, dos días después, por el embajador Rojas Silveyra.


Por pedido de Perón, Pedro Ara revisó el cadáver y lo encontró intacto; pero para las hermanas de Eva y el doctor Tellechea, que lo restauró en 1974, estaba muy deteriorado. Perón regresó al país con Isabel y el “brujo” José López Rega, pero sin los restos de Evita. Ya muerto Perón, la organización Montoneros secuestró el 15 de octubre de 1974 el cadáver de Aramburu para exigir la repatriación del de Eva. Isabel accedió al canje y dispuso el traslado, que se concretó el 17 de noviembre (día del militante peronista). El cuerpo de Evita fue depositado junto al de Perón en una cripta diseñada especialmente en la Quinta de Olivos para que el público pudiera visitarla. Tras el golpe de marzo de 1976, los jerarcas de la dictadura tuvieron largos conciliábulos sobre qué hacer al respecto. El almirante Massera, siguiendo su costumbre, propuso arrojar el cuerpo de Evita al mar, sumándolo a los de tantos detenidos-desaparecidos. Finalmente, los dictadores decidieron acceder al pedido de las hermanas de Eva y trasladar los restos a la bóveda de la familia Duarte en la Recoleta. En la nota citada, María Seoane y Silvana Boschi le preguntaron a un alto jefe de la represión ilegal, muy cercano a Videla, testigo de aquellos conciliábulos: “¿Por qué urgía más a la Junta trasladar el cadáver de Evita que el de Perón?”. La respuesta del militar no se hizo esperar: “Tal vez porque a ella es a la única que siempre, aun después de muerta, le tuvimos miedo”

Fuente: El historiador.

viernes, 1 de enero de 2016

Humboldt, El Naturista Que Descubrió América

Biólogo, humanista, geógrafo y astrónomo, el prusiano Alexander von Humboldt realizó un gran viaje de exploración por América que reveló dimensiones desconocidas del continente.



Escala del tiempo. Afán por descubrir el mundo:

1769: Nace Alexander von Humboldt en el castillo de Tegel (Berlín), hijo de un general prusiano y de una rica heredera.

1799: Humboldt y su amigo, el botánico Aimé Bonpland, llegan a Madrid. Allí obtienen salvoconductos para viajar a América.

1800-1804: Bonpland y Humboldt parten hacia América, y recorren el continente descubriendo su geografía, flora y fauna.

1804-1827: Humboldt publica en París Viaje A Las Regiones Equinocciales Del Nuevo Continente, su obra en 33 volúmenes.

1859: Muere Humboldt a los 89 años, en su casa natal de Berlín. Es enterrado en el panteón del palacio de Tegel.

Alexander von Humboldt está considerado por algunos como el último científico universal. Los viajes de exploración y los estudios científicos del naturista alemán fueron tan extensos y de tanto alcance que hoy llevan su nombre multitud de accidentes geográficos, como la corriente fría que recorre las costas de Perú, ríos, bahías, cataratas, parques naturales... incluso un cráter en la luna, además de numerosas especies de plantas y animales.
Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander von Humboldt nació en 1769 en el castillo de Tegel, cerca de Berlín, en el seno de una aristocrática familia prusiana. Fue educado por tutores que despertaron en él la pasión por las ciencias naturales y los viajes. Tras la muerte de su padre estudió leyes en la Universidad de Göttingen, como deseaba su madre, pero ello no le impidió acudir a las clases de ciencias naturales de Georg Forster, que había sido dibujante botánico en la segunda expedición del capitán James Cook.
En 1797, tras la muerte de su madre, Humboldt renunció a su prometedora carrera de funcionario en el Departamento de Minas de Prusia y marchó a París, donde hizo amistad con Aimé Bonpland, un botánico con sus mismas inquietudes. Los dos decidieron perseguir juntos su sueño de embarcarse en una expedición. Tras varios intentos frustrados -entre ellos formar parte de la expedición de Napoleón a Egipto- recorrieron a pie la costa del Mediterráneo desde Marsella hasta Barcelona, Valencia y Alicante. Cuando llegaron a Madrid habían elaborado el primer esquema seccional preciso del relieve de la península Ibérica, gracias a las medidas de altitud que fueron tomando durante el camino.



Rumbo al Nuevo Mundo

En Madrid, Humboldt y Bonpland conocieron a Mariano Luis de Urquijo, secretario de Estado del rey, quien los tomó bajo su protección. Gracias a su mediación, en marzo de 1799 fueron presentados a Carlos IV y obtuvieron salvoconductos para explorar las provincias americanas bajo dominio español. Así, cambiaron su soñado viaje a Oriente por la exótica geografía americana: Nueva España (el actual México y Centroamérica), Nueva Granada (las actuales Colombia y Venezuela) Y Perú. Humboldt se pagó el viaje de su propio bolsillo, y el 5 de junio de 1799 los dos hombres embarcaron en La Coruña en la corbeta Pizarro, con varias maletas y 42 caros instrumentos científicos. El barco, rumbo a Venezuela, hizo escala en Tenerife, donde los naturalistas ascendieron hasta la cima del Teide.
Tras un viaje tranquilo, el 16 de julio desembarcaron en Cumaná, en Venezuela, donde quedaron fascinados por la selva tropical. Durante los tres primeros días "corríamos como locos de aquí para allá, sin poder hacer claras observaciones porque al coger algún ejemplar raro lo dejábamos cuando veíamos que a su lado había otro todavía mas curioso", escribió a su hermano Wilhelm, célebre filólogo. Como Goethe, Humboldt adoraba la naturaleza y consideraba que la ciencia tenía que servir a la filosofía: "La naturaleza para mí no sólo son fenómenos objetivos, sino un espejo del espíritu del hombre".
Humboldt y Bonpland remontaron el Orinoco hasta San Fernando de Atabapo, sorteando rápidos y cargando con la canoa a cuestas. Después de largas jornadas, atormentados por el hambre y los mosquitos y atentos a los jaguares que les acechaban, lograron llegar al río Negro, uno de los afluentes del Amazonas. Habían sido los primeros en navegar por el mítico Casiquiare, un canal natural de trescientos kilómetros de largo que une los sistemas fluviales del Orinoco y el Amazonas y que algunos consideraban una leyenda.
De camino a Angostura, Humboldt realizó algunos peligrosos experimentos, como la pesca de varias anguilas eléctricas (Gymnotus electricus) para estudiar la electricidad producida por estos peces. Los indios los capturaban introduciendo caballos al agua: con un arpón, atrapaban a las anguilas cuando ya habían descargado su electricidad en los cuadrúpedos. Imprudentemente, Humboldt puso los pies sobre un gimnoto recién sacado del agua: "Durante todo el día tuve fuertes dolores en las rodillas y en casi todas las articulaciones", escribió en su diario. En un poblado indígena, Humboldt probó el curare, un veneno usado por los indios para cazar ("amargo", escribiría después).



Un duro viaje de un naturista

En una carta enviada a su amigo Wildenow desde La Habana en 1801, Humboldt le explicaba: "Durante cuatro meses hemos dormido en los bosques, rodeados de cocodrilos, de boas, y de tigres (que atacan las canoas), comiendo solamente arroz, hormigas, yuca, plátanos y a veces monos, bebiendo agua del Orinoco". Para evitar los mosquitos, "En Higuerote hay que enterrarse en arena durante la noche; la tierra que cubre el cuerpo tiene un espesor de entre siete y diez centímetros".




Asado de mono

Humboldt estudió los monos de la cuenca del río Orinoco, e incluso se hizo con algunos y se los llevó a Europa. Vio cómo los indígenas comían ejemplares de marimonda y capuchino, tras asarlos colocándolos en posición sedente sobre parrillas, una visión que le resultó repulsiva por la semejanza de estos animales con el ser humano.




A través de un continente

A su regreso a la costa caribeña, Humboldt y Bonpland embarcaron hasta Cuba y regresaron al continente por Cartagena, en la actual Colombia, donde se desviaron a propósito para pasar por Santa Fe de Bogotá y conocer al botánico español José Celestino Mutis. Al llegar, Bonpland tuvo un ataque de fiebre y los dos compañeros tuvieron que descansar seis semanas en casa de Mutis, tiempo que Humboldt aprovechó para, según sus propias palabras, "utilizar el excelente tesoro de libros de Mutis y calcular observaciones astronómicas, trazar líneas meridianas, determinar la desviación magnética, estudiar ictiología y abarcar una cantidad de cosas en las cuales no era posible pensar hasta entonces".
Remontando el río Magdalena atravesaron la cordillera Real para llegar a Quito, en Ecuador. Durante su periplo subieron al volcán Pichincha e intentaron escalar el Chimborazo, que con sus 6310 metros de altitud se consideraba entonces la montaña mas alta del mundo. Se quedaron en 5610 metros, la máxima altitud conseguida hasta entonces. Humboldt observó la graduación de la temperatura y la estratificación de la vegetación a lo largo de la ladera, lo que sentaría las bases de la biogeografía moderna.
En Perú, Humboldt estudió la aplicación de los excrementos de las aves, el guano, como fertilizante, y durante el trayecto con el barco hasta México midió la temperatura del agua de la corriente fría que fluía a lo largo de la costa peruana y que ahora lleva su nombre. Humboldt y Bonpland recorrieron México en 1803 para pasar de nuevo después por Cuba y llegar a Estados Unidos, donde se alojaron en la Casa Blanca como invitados de honor del presidente Jefferson, gran amante de las ciencias naturales.
Tras cinco años y mas de diez mil kilómetros, el gran viaje de exploración de Humboldt y Bonpland acabó en 1804 con su regreso a París, donde tuvieron una recepción entusiasta. Habían explorado y documentado la fauna, flora, geografía y etnografía latinoamericanas en la expedición científica mas ambiciosa realizada hasta entonces.



En la cima del Pichincha

En mayo de 1802, Humboldt ascendió dos veces al volcán Pichincha, que domina la ciudad de Quito, en Ecuador. Allí, explica, "encontré en la cima una piedra que, sostenida por un solo lado, avanzaba a manera de balcón sobre el precipicio" y se movía a causa de los temblores de tierra ("contamos 18 en menos de 30 minutos"). Se echó sobre la roca y contempló un panorama "aterrador": el cráter "es de un negro intenso, pero el hueco es tan inmenso que se distinguen las cimas de muchas montañas nevadas ubicadas ahí dentro".



El trabajo de una vida

Entre 1804 y 1827, Humboldt vivió en París recopilando el material recogido en su expedición, publicado en treinta y tres volúmenes que llevan por título Viaje A Las Regiones Equinocciales Del Nuevo Continente. Bonpland volvió a América, donde contrajo matrimonio, pero Humboldt, absorbido por su trabajo, nuca se casó. Algunas fuentes afirman que era homosexual, algo que parecía confirmar su estrecha amistad con Carlos de Montúfar, héroe de la independencia de Ecuador que les acompañó en su viaje desde Quito hasta París.
En 1827, Humboldt se trasladó a Berlín para trabajar para el rey de Prusia, e inició la redacción de su obra mas ambiciosa, Cosmos, un compendio de todas las ciencias naturales conocidas hasta entonces. Varias misiones a Francia y el trabajo en la corte de Federico Guillermo IV de Prusia le impidieron terminar la obra. Cuando murió en 1859, a los ochenta y nueve años, sólo se habían publicado cinco de los libros que tenían que formar la extensa colección Cosmos. Su obra mas esperada quedó, así, inconclusa. A partir de su muerte, ya nadie pretendió abarcar todos los campos del saber; la ciencia se especializó. Y tal vez por ello también, Humboldt fue, probablemente, el último científico universal.


Fuente: Revista National Geographic Historia de Diciembre 2014.